Mi amiga de 26 tiene una amiga de 60 que representa todo lo que no quiere ser de mayor. La señora, me cuenta, fue una diva de los 90; bella, joven, exitosa, alcanzó incluso a ser panelista de un programa de televisión. Tras cancelarse su show en los dosmiles, la mujer se retiró de la “fama”, tuvo hijos, se dedicó a la crianza y luego entró a trabajar al mundo corporativo. Ha tenido, desde entonces, imagino, una vida tranquila, confortable, como la quisieran muchos. Pero mi amiga de 26 dice que su amiga de 60 no hace mucha alusión a esa parte de su vida, sino al contrario, cada vez que puede trae recuerdos de sus años mozos. Lleva un retrato de juventud en su perfil de whatsapp, sube a Instagram fotos con famosos de la época y recortes de entrevistas que alguna vez le hicieron; vive por y para esa juventud perdida.
Mi amiga de 26 tiene en parte razón; vivir una vejez penando en el pasado no es un futuro deseable para ninguna mujer. Lamentablemente, aunque nos cueste admitirlo, es un camino conocido, señalizado, pavimentado, que ninguna está exenta de transitar.
Hace poco, en una reunión de trabajo, una persona de 30 afirmaba con mucha seguridad que solo había cierta edad para emprender proyectos creativos, porque con los años, al ponerte “vieja”, te desconectabas de las tendencias y “pasabas de moda”. (No me quiero imaginar cómo esa curva se vendrá abajo con un hijo: quedas obsoleta al momento de parir). Me imagino que la pobre mujer de 30 vive en un estrés constante de lograr lo máximo que pueda en estos cortos años, antes de que la bomba de tiempo le explote en la cara y tenga que meterse a un sarcófago a vivir de las rentas de éxitos pasados.
Los gringos tienen una expresión: The time of your life o el tiempo de tu vida. Pero cuál es considerado culturalmente el “tiempo de la vida” de una persona, más aún, de una mujer. ¿Su juventud? ¿Su fertilidad? ¿Sus éxitos laborales? No es igual para todas, por supuesto, ese time dependerá de la historia de cada una. Yo misma me revelo a esta idea absurda de que, pasada cierta edad, todo lo “bueno” esté destinado al pasado. Quiero siempre vivir orgullosa de mi tiempo presente.
Aun así, no escupo al cielo. No culpo ni juzgo a la amiga de 60 de mi amiga de 26. Quién podría. No es fácil competir contra una yo del pasado que, según los parámetros en que se mide a las mujeres, se supone es tu mejor versión; tu mejor cuerpo, tu época más productiva, etc ¿No me veo yo misma acaso, recién a mis 40, viendo fotos con mi cuerpo y mi rostro de 20 o 30, o destacando en mi currículum hitos laborales que ya pasaron hace tanto tiempo que ni parecen propios?
Hace algunos días alguien me pidió que le compartiera un reportaje que me habían hecho, donde salía junto a otras editoras en la portada de una revista "femenina". Nos maquillaron y vistieron para la ocasión, tenía 32 años. Tener que abrir cajones para buscar aquel ejemplar y toparme con esa imagen de mí, hace 8 años, joven, bella y destacada por mi oficio, me hizo pensar en la señora de 60. Para mí esa vida parece la de otra mujer. Hoy mis "logros" son más privados, menos destallantes pero también más profundos, más reconfortantes, más reales. Hay en la madurez una traquilidad exquisita que no cambiaría ni por volver a ese cuerpo, lozanía y fogacidad de los 30. Pero, aún así, no pude evitar preguntarme si terminaré yo también a los 60 mirando hacia el pasado, añorando aquel "peak". Me asusta creerme el cuento de que lo mejor vaya a quedar siempre en el pasado, que sea lo que crea de mí misma a los 60.
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