Que me gusta escribir y que me gusta que me lean es algo que puedo afirmar, sin pudor, desde que tengo conciencia. Los escritores somos ególatras; queremos escribir y ser leídos.
Escribir es un acto egótico y el egocentrismo posibilita la escritura.
Comencé a publicar columnas hace más de ocho años, en una conocida revista nacional. Entonces tenía 32 años. Había publicado algunos libros, pero nunca había sido leída en medios. Fue una experiencia distinta para mí. La lectura de los libros es íntima y el contacto con el lector diferido en el tiempo. Es, diría, un diálogo insonoro. Escribir en medios, en cambio, conlleva una inmediatez extraña, una respuesta instantánea del lector que, con el frenetismo de las redes sociales, me atemorizaba bastante.
No fue un trabajo fácil (si se le puede llamar trabajo, porque lo hacía gratis). La columna era muy personal. En una edad inestable y vertiginosa hablaba de soledades, de amores frustrados, de fiestas y de amistad. Sentía demasiado y tenía una sed verborréica que no podía ni quería detener. La honestidad sin filtros con la que escribía hizo que muchas de esas columnas se viralizaran. Algunas personas me escribían para agradecerme, para contarme lo conectadas que se sentían con los temas que estaba exponiendo. Así mismo, lo pasaba horrible con alguno que otro hate que recibía.
Fuera cual fuese la reacción de los lectores, lo que estaba haciendo tenía un impacto y atraía público a la revista. Sin embargo, como nos pasa a muchos creadores cuando empezamos, jamás me atreví a cobrar por ese espacio, aun cuando encima de mi texto aparecían banners de distintas publicidades... El solo hecho de ser publicada era para mí retribución suficiente.
Luego de un año en esa excesiva exposición gratuita me cansé de mí misma (a buena hora) y decidí reservar esa honestidad para mis libros. Seguí colaborando en otros medios, aprendí que escuchar y transmitir la voz de otros también era desarrollar una voz propia. Aprendí también que escribir es un trabajo, que tiene un valor, y que como escritores debemos saber cobrar por ello.
Así comencé a vivir de este oficio. Pero “vivir” del oficio de escribir tampoco es fácil. Si antes agradecía la sola exposición, ahora aceptaba las condiciones laborales que fueran. Tener un contrato era un imposible, y con el presupuesto que había, el cual podían cortar de un día para otro, me daba con una piedra en el pecho de tener un espacio. Así trabajamos todos y todas quienes escribirnos: aceptamos la precariedad del rubro, sin llorar.
Pero lo cierto es que nuestras pautas, nuestras ideas, nuestra pluma, tiene un valor para los medios y plataformas que no se traduce ni monetariamente ni en la dignidad de las condiciones de trabajo. Llegó un punto en que me cansé y, como muchos escritores, decidí buscar mi estabilidad laboral en otros rubros. No quería dejar que esa precariedad ensuciara mi amor a mi oficio, y dejé la escritura para mi propio placer.
Por qué parto este Journal contando esta historia en particular: los últimos ocho años he colaborado en distintas plataformas y medios con el motivo de conectar con los lectores, pero siempre me he quedado con la idea ingrata de que son otros quienes se llevan el valor de lo que como escritores hacemos. Me he preguntado mucho ¿Habrá otra manera? ¿Otro camino independiente que aún no hemos explorado?
Mientras lo descubro, he decidido usar mis propias plataformas para publicar lo que escribo de manera libre, a mis tiempos. En este espacio encontrarán, a modo de diario, mis textos personales. En el más estilo dosmilero: doy inicio a este blog.
Como ya sabes, volví a la literatura después de haberla enterrado durante 10 años. Y claro, el tiempo de ése entierro me pasó la cuenta: cuando la retomé ya tenía 60 años.
Entré a tu taller y mi edad me hizo sentir desubicada: mis compañeros eran tan jóvenes, llenos de ideas y creatividad. Y ahí estaba (y estoy) con mis historias añejas, de mucha tristeza y soledad. Mis cuentos se generan desde los momentos en los que ya vengo devuelta. Mis compañeros escriben desde la realidad en la que está todo por suceder.
Debo reconocer que tú y los demás participantes fueron (y son) un estímulo que agradezco mucho. Pero mi pregunta, no se va: qué hago manteniendo aún la…